“Nieva, nieva, nieva”
Serena de sólo 13 años corría entre los pinos extensos y oscuros, sorteando ramas caídas y pequeñas piedras. Corría rápido y a su paso dejaba mudos a los pequeños insectos que salían a la noche, sorprendidos de encontrar a una persona despierta, y corriendo, a esas horas de la noche. Pronto los pinos comenzaron a abrirse paso a sus pies descalzos, la hierba se hizo más suave y el rocío comenzaba a congelarse en cada hoja de cada planta.
Serena dejo de correr, y de sus labios salía el poco aliento que el frío aire le dejaba. Sus mejillas estaban rojas por la carrera y tenía demasiado frío, al salir de casa no se abrigo lo suficiente, apenas una ligera capa sobre su vestido blanco. Pero reanudo con ánimo su paso cuando descubrió luz blanca entre los troncos de dos grandes y gruesos pinos, cruzó entre ellos y descubrió el espejo de la luna. Era el lago donde su madre la traía desde niña para presenciar la primera nevada, veían caer los primeros copos de nieve que sólo su madre lograba pronosticar con precisión.
Pero esta vez era la primera vez que tenía que llegar ahí sola, porque este año su madre había fallecido cuando las flores se abrieron por primera vez. Y en la época en que las lluvias comenzaron su padre cayó enfermo también. Poco a poco comenzaba a quedarse sola en el mundo, gracias a algo demasiado grave que el doctor no podía controlar.
Pero en noches como esta Serena sentía magia y en esta noche quería usarla para pedir un deseo, uno solo y era el poder regalarle a su padre un año más de vida, sólo uno, después de eso, intentaría otra cosa para engañar a la muerte.
“Por favor, por favor, por favor.”
Rogaba con las manos juntas, palma con palma a la altura de su pecho. Hasta que advirtió un ruido detrás de ella, eran pisadas, ligeras pero en medio de la soledad de la noche eran inquietantes y de repente parecían ser más. ¿Quién podría estar ahí? ¿Estaba completamente sola o se trataba de algún animal? ¿Lobos? Había escuchado a vecinos hablar sobre ellos últimamente, ¿pero podrían estar tan cerca del pueblo?
Tampoco se iba a quedar a averiguarlo iba a correr de regreso a casa pero de la nada, casi como materializándose en el aire un hombre blanco como la luz de la luna con ropas y mirada oscura apareció a su lado. Serena dio un respingo y un grito ahogado quedo en su garganta cuando el hombre la tomó del brazo impidiendo que ella cayera de espaldas sobre un montón de piedras.
Serena estaba encantada, hechizada por la mirada de ese hombre, a su completa merced y sin habla. Ningún miembro de su cuerpo se podía mover. Bien, no podía correr, no podía gritar; pensó ella con amargura y miedo. Pero el hombre no hacía nada, la sentó sobre una de las piedras más lisas esperando que su respiración se calmará pero no lo hacía.
“Calma, niña calma que no te hare daño. He venido aquí porque te he escuchado y vine a ver si estabas perdida. ¿Te encuentras bien? ¿Estás aquí sola? Este no es lugar para ti, aquí suelen venir los lobos. Debes regresar a casa, dime donde es y yo te llevaré. Dime, niña.”
¡Los lobos! Era cierto. Hasta que apareció ese hombre había escuchado las pisadas, muchas a su alrededor. Pero desde que él llego a su lado ya no se oía nada, ni aves ni grillos. Sólo los copos de nieve permanecían cayendo a su alrededor transformándolo todo.
“Me llamo Serena, tengo 13 años y no estoy perdida.”
El hombre frente a ella alzó las cejas de sorpresa, notaba que Serena en realidad no era tímida y tenía carácter para hacerle frente a un extraño aún en medio de la noche y en el centro de un bosque desierto. Finalmente el hombre frente a ella le sonrió y Serena se ruborizó. Los hombres no le sonreían, no como lo hacía aquel que se arrodillaba frente a ella. Había algo excepcional en la belleza de su rostro de perfecta simetría y armonía, belleza desde los cabellos negros, terribles ojos oscuros y piel pálida, pero era una belleza inquietante.
Él tomo una de unas de sus manos por la muñeca extendiendo su palma hacia arriba y paso dos de sus dedos en el centro de ella en una línea continúa. Ella se estremeció con su tacto.
“Tus dedos están demasiado fríos”
“Lo siento.”
Se disculpó el extraño con su voz grave, era claramente seductora. Y soltó su mano. Serena sintió claramente como la sangre volvía a correr en el lugar donde la había tocado.
“Y tu piel es demasiado blanca, brilla con la luna.”
Ella quiso tocarlo, tocar esa piel lisa de su mejilla pero jamás se atrevería a hacerlo. En cambio aquel hombre le sonrió con afecto y le contesto.
“Me temo mucho que mi piel sea así, pero siempre se encuentra pálida y en noches como estas refleja demasiado la luz de la luna. Dijiste que brilla ¿no es así? ¿Te parece que brilla?”
“Si, como la nieve más bien, tu piel es blanca como la nieve. Nunca he visto a nadie con la piel así.”
“¿Te gusta?” Preguntó inclinando su cabeza hacia su derecha.
Serena miró sus ojos primero, antes de recorrer todo su rostro, miró la línea de la mandíbula que reflejaba la luz, su cuello y sus manos, de último los dedos, aquellos que habían tomado y acariciado su palma.
“Si, es hermoso que su piel parezca brillar.” Rió ella al final.
El hombre rió al escuchar su risa y Serena se quedó quieta escuchando su risa con las manos presionadas contras sus costillas, el frío comenzaba a afectarla.
“Pequeña Serena, me recuerdas tanto a alguien más, a una hermosa mujer que acabo de conocer. Te pareces tanto a ella, de niña debió ser muy parecida a ti.”
“¿Una mujer hermosa?”
“Si, así es. Pero creo que cuando crezcas tú serás mucho más hermosa que cualquier otra mujer.”
El hombre tomó un mechón de los rubios cabellos de Serena y lo enrosco dos veces entre sus dedos antes de deslizarlo y soltarlo.
“Tienes los cabellos tan rubios como los de ella. Cuando crezcas déjalos crecer largos y los hombres no dejarán de seguirte con la mirada.”
Serena parpadeo al escucharlo, trató de grabarse sus palabras, aunque no sabía que significaba que los hombres la siguieran con la mirada. El hombre alzó su mano y Serena siguió su camino con la mirada, la alzó hacia su rostro sobre su mejilla y con la yema del pulgar la acarició, nuevamente su toque la estremeció, a pesar de lo ligero que fue lo sintió en todo el cuerpo.
“Y tienes los ojos azules como ella, pero los tuyos brillan más. Son los más hermosos que haya visto.”
Serena miró detenidamente los ojos de aquel hombre y con sorpresa exclamo.
“Los tuyos también son azules.” Acercó su rostro para admirarlos mejor. “También son azules, pero son más oscuros, nunca antes había visto a alguien más con unos ojos como los tuyos. Son como las piedras preciosas en el anillo de mi madre. También tus ojos son hermosos.”
Él volvió a reír por la sinceridad y pureza de sus palabras.
“Muchas gracias, querida Serena.”
Ambos se sonrieron, el uno al otro encontrándose finalmente complacidos en su pequeña burbuja a la orilla del lago en el centro del bosque de pinos.
“No me has dicho, Serena ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Saben en casa que estas aquí?”
Serena respiro hondo antes de contestar y alejo su mirada del hombre frente a ella que le causaba fascinación.
“Mi madre y yo venimos todos los años en la primera nevada, siempre venimos a ver caer los primeros copos sobre las altas ramas de los pinos y cómo se cristaliza la primera capa de hielo sobre el lago. Siempre, siempre ni un año sin falta. Pero esta vez, esta vez… Y ahora, papá también…”
Las lágrimas amenazaron con caer por sus mejillas pero nunca lo lograron porque en el momento preciso ese hombre la alzó y la sentó sobre sus rodillas abrazándola tiernamente como a una muñeca mientras acariciaba sus cabellos.
“No digas más y no llores más. El cielo llora suficiente por nosotros por cada segundo que nos ve fugarnos a un lugar más lejos.”
Serena no entendió nada de sus palabras pero aún así encontró tranquilidad. Estaba envuelta en una armonía sobrenatural, los copos de nieve habían perdido su efecto al caer sobre su piel, la extensión del bosque a su alrededor era todo y nada en su pequeño mundo y hasta el silencio de la noche parecía música dentro de su cabeza. ¿Era magia? ¿Aquel hombre que la abrazaba producía toda esa magia?
El hombre buscó en el bolsillo de su chaqueta oscura y de ahí saco una rosa roja, atractiva y encendida, como la sangre. Rompía con todo el ambiente a su alrededor porque no había otro color tan intenso como el de sus pétalos. Se la ofreció a Serena y ella la tomó con ambas manos.
“Llévasela a tu padre y ponla junto a su cama, cuando tu deseo se haga realidad y tu padre abra los ojos se pondrá contentar al ver esta rosa. Mientras yo rezaré cada día por tu madre.”
“Gracias…”
“Me temo que fui grosero, no me presente cuando tú lo hiciste. Mi nombre es Darien. Y no es nada, Serena, es sólo una flor. Para mí esto ha sido todo un placer.”
“Aún así, gracias, Darien.” Contesto ella alargando las palabras, letra por letra.
“De nada, Serena. Ahora ya debes regresar a casa, ya hay mucho frío, el invierno ya empezó.”
Serena se bajo de las rodillas de Darien e insegura de poder mantener el equilibrio sobre sus propios pies, lo hizo lentamente. En cambio Darien con gracia se paró frente a ella.
“Debemos despedirnos, pequeña Serena. ¿Me permites?”
Preguntó él tomando el rostro entre ambas manos. Serena no dijo nada, apenas cabeceó para asentir y Darien acercó su rostro a su altura.
“Juro que serás hermosa en unos cuantos años más. Quizás más hermosa que ella y quizás lo lamenté pero esta vez, Serena, permíteme un beso.”
Sin esperar respuesta alguna Darien aproximo sus labios a los de Serena quien se quedó quieta bajo su toque, la sangre corría por su rostro, su mano apretaba la rosa que le había regalado y sus ojos finalmente se cerraron por la fuerza de ese beso que pedía demasiado para esa niña de 13 años. La lengua de Darien rozó una última vez los labios de Serena antes de bajar por su cuello y quedarse ahí. Ella sintió algo extraño en su piel, algo punzante, pero fuera lo que fuera eso no quería olvidarlo cuando cerró los ojos por completo.
o.x.X Cuatro años después X.x.o
Algo mágico sucedió esa noche, algo mágico que se prolongó y perduró durante los cuatro años siguientes, se encontraban ya en noviembre, cerca de llegar al quinto año. Y en todo ese tiempo Serena había vivido una vida llena de tranquilidad donde no podía pedir más.
Tras despedirse de aquel hombre Serena dejó la rosa al lado de la cama de su padre, rezó por su madre y se quedó dormida al pie de la cama. Despertó cuando sintió la mano de su padre acariciar sus cabellos, con una sonrisa, una faz y una tranquilidad sorprendentes. Se había curado, ¿milagrosamente?, ¿mágicamente?, ¿afortunadamente?… ¡Qué más daba! Su padre seguía vivo y estaba con ella, listo para seguir para ambos.
En las noches de las semanas que siguieron a continuación Serena se escapaba en las noches para encontrarse con el extraño de piel blanca y mirada oscura, Darien. Pero no lo volvió a encontrar, se quedaba ahí hasta que los dedos de sus manos y sus pies se entumecían, escuchando y esperando sus pisadas ligeras o su luz de luna sobre su piel, pero jamás encontró ninguna de las dos. Ni en ese año, ni en los años que siguieron. Finalmente en el año pasado ella se tuvo que dar por vencida, pensamiento que le dolió más de lo que jamás se imaginó.
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